El plagio de Cela para el premio Planeta: la película

auschwitzEl trabajo os hace libres, campo de concentración de Auschwitz (Polonia)

Es broma que haya película, pero si en este país los cineastas y gente de letras tuviésemos más reflejos ya habría alguien escribiendo un guión con el caso del plagio a la escritora Carmen Formoso, por su obra Carmen, Carmela, Carmiña, que la pluma de Camilo José Cela transformó en La cruz de San Andrés. La señora Formoso detalla en su blog la peripecia judicial, y el abogado realiza muy sabrosas consideraciones sobre los detalles de la confesión –estilo La carta robada, de Edgar Alan Poe– que el escritor gallego disemina en clave hermética en las páginas de ese premiado texto, pergeñado por encargo del editor J.M. Lara, y con el que iba a embolsarse unos 500 millones de pesetas (menos lo que Hacienda descontara). Parece que le impelió a cometer el delito la necesidad de dinero para hacer frente a los gastos derivados de su caro divorcio. La mayoría de personas en este trance acudirían al banco a solicitar un crédito –hablo de la época en que los concedían–, pero el banco de Lara tenía la ventaja de que además del crédito pagaba intereses –vulgo: royalties–.

Inserto aquí esta nota para subrayar varias cosas: para poner en perspectiva las declaraciones de la señora Moura sobre la venta de Tusquets al grupo Planeta. Recordemos aquella historieta que nos contaban de niños sobre la rana que ayudaba a un escorpión a vadear un río (no habrá que decir que Tusquets es la buena rana). O las palabras que encontré en una nota dentro de un sobre en un sueño que tuve siendo veinteañera: un amigo fotógrafo, con edad para ser mi padre, me escribía en ese sueño este proverbio suyo: «conviene tener amigos de buena o nuestra condición».

Lo pongo también porque hace unas semanas descubrí, tras leer una reseña especialmente seca de una novela premiada por el grupo Planeta y preguntarme quién se expresaba en ese tono, que existe una Asociación Española de Críticos Literarios, la cual concede cada año los llamados Premios de la Crítica. Por su carácter oficial y gremial, parece que representan lo más limpio de la crítica literaria en prensa. En su página no encontré ni la lista con sus miembros ni los requisitos necesarios para formar parte de esta asociación. Me pregunté qué valor puede tener lo que ellos determinen si previamente no denuncian el fraude que supone la mayoría de premios literarios que se conceden en el Estado español. Su veredicto anual viene a sumarse al fraude generalizado, pues no parece que hagan ni mucho ni nada por velar por el cumplimiento de ese derecho básico que es la igualdad de oportunidades.

Y por último, incluyo esta exposición de las tribulaciones judiciales de la señora Formoso para denunciar y demostrar el plagio del que fue víctima, porque viene a apoyar una convicción que me ronda hace un tiempo. Ignacio Echevarria escribía en un artículo titulado Crítica y dolor una reflexión sobre el arrepentimiento que a posteriori expresaba el crítico alemán Reich-Ranicki por la dureza con que enjuiciaba a unos músicos judíos con los que compartió las penalidades del gueto de Varsovia. Al margen de que el artículo sirve para defender una determinada actitud, recuerdo haber asimilado en su momento la idea del gueto con la idea del campo de concentración y, en todo caso, que se defendía abstraerse de las dificultades y las condiciones en que pudiera estar actuando el artista (el escritor) y considerar exclusivamente el resultado, valorándolo por su proximidad o su distancia a un ideal, aquí resumido en el concepto de  «tradición».

Por supuesto, cuando lo leí hace años y yo era una chica buenagente convencida de la necesidad de un tipo de reseña pedagógica, que interesara a la vez al autor (si la leía, como suele ocurrir) o al lector que domina el intríngulis de su profesión pero se pierde en la marea de novedades literarias (como me pierdo yo entre el jazz y otras músicas y necesito que me indiquen), pensé que IE exageraba al comparar las condiciones en que desarrollamos nuestro oficio de críticos con las que padecieron las gentes del gueto. Sobre todo porque pocos gozan de tantas ventajas y de tanta libertad como él dentro de la profesión.

Entretanto, ese artículo se ha citado una y otra vez y mi situación profesional ha cambiado mucho, siempre a peor  –o al menos la angustia cotidiana de la falta de perspectivas me hace verlo peor–. De modo que un día, al releerlo, llegué a la conclusión de que no debíamos plantearnos escribir nuestras reseñas «como si» estuviésemos en el gueto, amenazados de exterminio, o en un campo de concentración sin saber cuánto íbamos a durar antes de que a uno de esos guardianes –esos subalternos que luego declararán que obedecen órdenes y por ello no son responsables–, se le vaya la olla o le duelan los callos o se aburra, y decida «para ti se acabó lo que se daba». Me dije que había que quitar el «como si» y poner la frase en presente porque ya estábamos escribiendo dentro de ese gueto que es el campo editorial español y ya estábamos dentro de un campo de concentración, con sus guardianes y sus jefes invisibles, y sus presos robotizados y sus ataques cotidianos a la dignidad personal y a la supervivencia, con los favoritos del guardián y los aduladores y los vendidos y el cambio de reglas a capricho y las vejaciones y los silenciamientos y los castigos. Al verlo claro después de dejar -definitivamente- de colaborar con el Culturas de La Vanguardia (me pregunto de qué lado se escorará el diario cuando Esquerra arrase en las próximas elecciones, después de pasar de los brazos enamorados y derrochones de Pasqual Maragall a los calculadores de Mas) , vi que descubres que el mundillo editorial y de la crítica en prensa es un campo de concentración al salir de él.

Entonces, qué actitud defender. Qué sentido tiene tratar con dureza al escritor que, valiéndose de sus contactos, obtiene un premio y no atacar el sistema de los premios y ponerlo de una vez patas arriba. Por qué no atacas el «sistema» de padrinazgos y nepotismos. Cómo puedes dártelas de crítico o crítica seria si desde esa asociación profesional, o simplemente desde el diario, crees que tu mera intervención contribuye a limpiar el sistema, como si tu palabra fuese un detergente ultrablanco.

Dime: cómo.

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