Prólogo

PRÓLOGO A LA “BREVÍSIMA RELACIÓN
DE LA DESTRUICIÓN DE LAS INDIAS”

 

MARÍA JOSÉ FURIÓ / LIU

 

Biografía
El libro en su época
Bibliografía recomendable

_Editorial Juventud, Barcelona, 2008___

Durante mucho tiempo, Fray Bartolomé de las Casas o Casaus (Sevilla, 1472 – Madrid, 1566), personaje apasionante en una época apasionante, fue considerado el responsable de la Leyenda negra sobre la colonización española en América por su vehemente y polémica denuncia de los abusos cometidos contra los indios. Pero en la primera mitad del siglo xx historiadores como primero Marcel Bataillon, y luego Lewis Hanke, Thomas Gomez y una larga lista de especialistas en el siglo XVI, corrigen una apreciación negativa que no duda en describirlo incluso como una personalidad paranoide y aciertan a situarlo en el contexto de las controversias y debates emblemáticos del Humanismo que interesaron a teólogos, juristas, gramáticos y filósofos de su siglo. Desde entonces, la figura de fray Bartolomé de las Casas y sus denuncias de los abusos y atropellos cometidos contra los indios y sus propuestas de solución, o “remedios”, se entienden como precursoras de la moderna antropología política y del derecho colonial, manifestación fehaciente de la noción de hombre nuevo que el Renacimiento desarrolló.

Biografía abreviada

Bartolomé de las Casas nació en Sevilla en 1474, hijo de un mercader gaditano que había participado en el segundo viaje de Cristóbal Colón. Algunas biografías dudan que cursara estudios en la universidad y dan por cierto que en Sevilla siguió cursos de latín y de humanidades. En 1502 se integró en la expedición que Nicolás de Ovando capitaneó rumbo a la isla de La Española, la mayor de las Antillas después de Cuba. En La Española recibió un repartimiento, es decir una encomienda de indios, lo cual significaba la percepción de unos ingresos del tributo o trabajo que el indio debía pagar a la corona. En 1507 es ordenado sacerdote, y al poco de iniciar su labor pastoral, hacia 1514 la experiencia sobre el terreno lo convierte en uno de los críticos más acérrimos y elocuentes de los desmanes cometidos contra los indios por los conquistadores españoles, excesos en forma de torturas, matanzas, escolarización y explotación en el trabajo. La finalidad de estos excesos era de una parte amedrentarlos cuando se llegaba a territorio nuevo y de otra obtener el mayor y más rápido beneficio de la explotación de las riquezas –principalmente oro– que contenían las tierras recién descubiertas.

«Por codicia, sed y hambre de oro insaciable», según la acusación que hizo de Las Casas ante Carlos I en 1519, perecieron miles de indios, hasta el punto de desaparecer tribus enteras. La crisis demográfica resultante de tal sangría y la necesidad de mantener el nivel de mano de obra disponible abrió paso a la idea de importar esclavos procedentes de África, iniciativa que De las Casas apoyó en principio por la discutible razón de que su corpulencia física predisponía a los individuos de raza negra a soportar los mayores esfuerzos con menor sufrimiento que los indios y eran más resistentes al calor y a las enfermedades tropicales. Más tarde, De las Casas rectificaría condenando de forma generalizada la esclavitud y afirmando que todos los hombres son iguales en dignidad.

Ilustración del original

Tras su paso por Cuba, donde fue capellán castrense, De las Casas renunció en 1514 a sus repartimientos para dedicarse por entero a luchar contra la esclavitud, tarea que le ocuparía el resto de su vida. Denunció incansablemente a los colonos, a los que tachaba de «tiranos», «carniceros y derramadores de sangre humana», acusándolos además de perjudicar los intereses del rey por los estragos económicos y la esquilmación de riquezas que suponía tal despilfarro de vidas humanas.

En 1515 se entrevistó con Fernando el Católico, pero sería el cardenal Cisneros quien prestó más atención a la denuncia de los abusos; en esas fechas, De las Casas fue designado «procurador y protector de todos los indios de las Indias». En 1520 obtuvo una capitulación para poner en práctica sus tesis; viajó a San Juan de Puerto Rico con labradores con el proyecto de instalarse allí y atraer a los indios con la predicación y sin violencia. El proyecto resulta poco realista en el contexto de la colonización y De las Casas regresa a Santo Domingo en cuyo convento permanece hasta 1526. Es un tiempo de reflexión durante el cual empieza a redactar la Historia de las Indias, que tomó y dejó de manera intermitente y no concluiría hasta 1552. Desde que en 1526 se le encomendó establecer un convento en Puerto Plata, fray Bartolomé desarrolló una intensa actividad: estuvo en Santo Domingo, luego en Perú, en Panamá, Nicaragua, México y Guatemala. En este último país escribió el tratado De unico vocationis modo, o Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión. También en estas fechas organizó y llevó a cabo su empresa de penetración pacífica en la tierra llamada de Vera Paz, en la región de Tezulutlán. En 1540, Las Casas viaja a España, donde consigue apoyo para su misión en Tezulutlán con la expedición de varias reales cédulas. Redacta entonces la Brevísima relación de la destruición de las Indias, además de Los dieciséis remedios para la reformación de las Indias, que presentó ante el emperador Carlos V, interesado en dirimir sobre las polémicas suscitadas por las noticias contradictorias que llegaban a sus oídos acerca de la situación en América.

En 1543 fue nombrado por el papa Adriano VI obispo de Chiapas; fue consagrado en Sevilla y en 1544 embarcó rumbo a su nuevo destino. Por estos años redacta su Confesionario, por el cual se negaba la absolución a los propietarios de esclavos. La actitud de De las Casas le granjeó numerosos adversarios y la acusación de exagerar en provecho propio. Muchos testimonios apoyan las denuncias del clérigo: incluso Hernán Cortés llamaba la atención sobre la índole criminal de muchos de los individuos enviados a poblar los territorios recién descubiertos, reos que veían resueltas sus condenas con su traslado a tierras de ultramar.

En 1550 se convocaron las célebres Juntas de Valladolid, en las que participaron miembros de los consejos de Castilla y de las Indias, además de expertos en derecho canónico y teólogos. Decepcionado por la falta de resultados, Fray Bartolomé no tardó en renunciar a su obispado para dedicarse a concluir y publicar sus obras, interviniendo activamente en favor de los indios gracias a la obtención de cédulas reales. Durante su estancia en Sevilla pudo concluir su Historia de las Indias. Otra obra suya destacable de esta época es la Apologética historia sumaria, donde compara las civilizaciones indígenas con las de la antigüedad clásica ensalzando las primeras.

Fray Bartolomé murió en Madrid en 1556 sin renunciar en ningún momento a la defensa de sus tesis en pro de los indios aunque sufriera la decepción de ver fracasar su proyecto en tierras de Guatemala, proyecto que el historiador Hugh Thomas califica sarcásticamente en El imperio español de remedo de «libro de caballerías» y, en tono más moderado, al conjunto de propuestas del religioso sevillano «de un proyecto “utópico” para el desarrollo del nuevo mundo español presentado con gran solemnidad por unos clérigos elocuentes». (p. 465).

Sus denuncias cobraron la forma de tratados y memoriales redactados para ser leídos en presencia del monarca o de las autoridades –primero el rey Fernando Católico, más tarde el cardenal Cisneros y luego el emperador Carlos formaron parte de su atento auditorio–. Impresos y puestos en circulación –en ocasiones, como sucedió con la Brevísima, primero de manera clandestina por carecer del obligado permiso oficial– tuvieron una gran difusión en América y en Europa, donde más de una vez serían utilizados por los enemigos del emperador para desacreditar al imperio español durante las guerras con Holanda o Francia.

Con independencia de los juicios de un historiador británico que tiende a ironizar a cuenta de los españoles, De las Casas ha pasado a la Historia como un precursor y un fecundador del pensamiento en materias como la antropología comparada y el derecho modernos.

Grabado de De Bry en el que se representan las torturas que los españoles infligían a los indígenas, incluido en la edición alemana de «Brevísima historia de la destrucción de las Indias», de Bartolomé de las Casas.

La España del Renacimiento y su filosofía

La España de Bartolomé de las Casas es la España de los Descubrimientos de los territorios de América, conocidos como las Indias occidentales. Es la España de la unificación de territorios bajo los Reyes Católicos tras la expulsión de los árabes, y es una potencia mundial, la del imperio español con el ascenso al trono de Carlos V, de origen flamenco, tras la muerte de su abuelo Maximiliano de Austria. El historiador José Antonio Maravall describe la época como de progreso, determinada por «la invención de la imprenta, de la artillería y otras armas de fuego, de los efectos de la corriente monetaria de los metales preciosos, de la generalización de la diplomacia, de los sistemas estatales de las grandes monarquías, de la empresa colosal de moldear todo un nuevo continente conformándolo según la cultura europea».[[1]] Estos elementos de progreso y dinamismo contribuyen a extender lo que llama una «actitud porvenirista». Sus protagonistas viven con plena conciencia de hallarse en una época del todo nueva la cual, aunque «pesimista en temas de moral, [estaba] fascinada por sus propias realizaciones, consciente de ser distinta y superior a épocas pasadas».

De ese orgullo y de la idea consecuente de que se está fraguando un hombre nuevo deriva una acentuación del individualismo y la reivindicación de la experiencia personal, que se erige entonces en suprema autoridad que valida los juicios y actos del individuo. Son estos hombres nuevos hombres de acción. Los escritos e intervenciones de fray Bartolomé ante monarcas y autoridades de la época, y sin duda la famosa Controversia de Valladolid, son la forma que adquiere dicha acción, animada por su voluntad de modificar las leyes. Estos factores reunidos convergen no sólo en la personalidad de De las Casas sino que conforman también el eje de su obra: en literatura aparece la primera persona, que es el eje vertebrador de la Brevísima; el autor conoce los hechos porque los ha presenciado o porque dispone de fuentes directas, le acompaña la razón en su calidad de testigo de la mayoría de excesos e iniquidades que comunica al rey. Y presenta un proyecto de reforma –convertir a los indios mediante la persuasión y la prédica, respetando sus propiedades, repoblar el territorio con colonos labradores en lugar de soldados–, que trata de poner en práctica sobre el terreno con desigual fortuna.

La expulsión de dos de las tres religiones que hasta los Reyes Católicos convivían en España, esto es, la musulmana y la judía, explican el perfil de los conflictos relacionados con la colonización. En todo caso, es la herencia del teólogo y humanista Erasmo de Rotterdam, quien predicaba una religión más tolerante e íntima que restituyera el mensaje esencial de Cristo, la que asoma en el mensaje evangelizador del dominico sevillano.

A Erasmo «le basta con que el hombre, por mediación de Cristo, participe de lo divino y penetre así en un reino de amor y libertad» [[2]]. Todo contribuye a la creación de ese hombre nuevo renacentista, pues la recuperación de un Cristo esencial supone «una fe nueva en la fe misma, y en el valor y en el amor que esa fe infunde». Elementos intelectuales e históricos concurren en la determinación y en la elocuencia de De las Casas.

Hoy, cuando la religión ya carece de la influencia social que en nuestro país tuvo hasta mediados del siglo XX, un lector joven puede sorprenderse de que en el siglo XVI la religión cristiana actuase como una filosofía de emancipación de los pueblos esclavizados, y se hiciera oír en defensa de la dignidad de éstos como parte inalienable del derecho natural. Y, sin embargo, conviene recordar que durante la primera mitad del siglo XVI, según refiere Parker, el espíritu de muchos eclesiásticos españoles estaba impregnado de un progresismo de signo liberal, y en tal sentido la idea del “buen pastor” constituye el ideario del dominico, reflejándose plásticamente en sus obras. Lo vemos cuando, para ilustrar la disparidad de fuerzas existente entre colonos y nativos, fray Bartolomé contrapone la imagen de las «mansas ovejas» (los indios) a la de los conquistadores, descritos como «feroces lobos».

(Fray Bartolomé de las Casas,
Sevilla, 1574 o 1584 – Madrid, 1566)

 La Controversia de Valladolid: imperialistas y antiesclavistas

El historiador Alexander A. Parker refiere[[3]] que «en el mundo de las ideas, el optimismo, el idealismo y el humanismo del Renacimiento están bien representados en las controversias sobre la actividad colonial de España en el Nuevo Mundo». Y si bien suponen un caso ejemplar «del idealismo y la fe en la humanidad característicos del Renacimiento», finalmente las circunstancias políticas y el pragmatismo comercial se impusieron al cumplimiento de las Leyes Nuevas, que propugnaban la supresión de las encomiendas. Ese mismo pragmatismo determinó que los indios fuesen sustituidos por esclavos de raza negra, dando lugar a un comercio muy lucrativo que sería legal hasta el segundo tercio del siglo XIX.

Son rasgos típicos del humanista del Renacimiento el beligerante fervor con que defiende su causa frente a sus adversarios, como queda de manifiesto en los escritos de fray Bartolomé y en la exposición de sus argumentos que hizo durante la Controversia de Valladolid –donde a petición de Carlos I entre 1550 y 1551 se debatió en su presencia sobre los pros y contras del desarrollo de la conquista de los territorios de ultramar. Frente a las tesis imperialistas y favorables a la esclavitud de los indios representadas por el historiador Juan Ginés de Sepúlveda, De las Casas argumenta no sólo con los consabidos elogios a la bondad natural de los indios sino defendiendo lo que Parker llama sus principios básicos: «que la guerra es irracional y contraria a la civilización; que no debe emplearse fuerza contra los nativos, pues incluso la conversión forzosa al cristianismo es reprobable; que la racionalidad y libertad del hombre exige que la religión y todo lo demás sólo se le enseñe mediante una suave persuasión». Estos principios se hacen eco de las lecciones –De indis– impartidas por el también dominico Francisco de Vitoria en su cátedra de Teología en Salamanca.

La causa imperialista no era menos elocuente y acusaba a De las Casas de favorecer los intereses de los enemigos de la corona española. Refiere Hugh Thomas en El imperio español que en cierta ocasión el obispo Fonseca acusó a fray Bartolomé de haber tomado parte también en los abusos que ahora denunciaba: «vos estábedes en las mismas tiranías y pecados [que ahora denunciáis]», a lo que el padre Casas respondió: «Si yo los imité o seguí en aquellas maldades; haga vuestra señoría que me sigan ellas a mí en salir de los robos, y homicidios y crueldades en que perseveran y cada día hacen».[[4]] Juan Ginés de Sepúlveda postulaba, siguiendo a Aristóteles, que los pueblos inferiores, y los indios lo eran, eran esclavos por naturaleza, de modo que la conquista y el sometimiento suponía un beneficio para ellos.

La polémica concluyó sin resultados. Los juristas se inclinaron a favor de Sepúlveda y la mayoría de teólogos lo hicieron por De las Casas. Las actividades de conquista parecieron interrumpirse hasta que el vicerrey de Perú solicitó permiso para adentrarse en territorio sudamericano, lo que, según relata Thomas Gomez, dio pie a la elaboración de un cierto número de ordenanzas, publicadas en Valladolid en 1556, que trataban de armonizar los intereses de todos. Estas ordenanzas autorizaban a los españoles a tomar posesión de las tierras descubiertas pero establecían que se hiciera sin violencia contra los indios; con realismo, permitían la construcción de fortalezas militares en previsión de la oposición de los nativos.

Vale la pena llamar la atención sobre el carácter nacionalista y celebratorio de la postura de los partidarios del esclavismo, que resultaba tan convincente para el monarca como los ingresos que reportaba el Nuevo Mundo. No resultaba fácil zanjar en las controversias que las Indias suscitaban pues ambas posturas invocaban el carácter trascendente de la monarquía. Finalmente, los asuntos internacionales pasaron a primer plano en la “agenda” del emperador Carlos y sería el tiempo el que obraría en favor de las tesis de De las Casas. Como señala Gómez, el reconocimiento de personalidad jurídica y de derechos a los indios fue en sí un enorme progreso y la tarea intelectual de personalidades como fray Bartolomé cristalizó en una legislación abundante que sin duda puede calificarse de revolucionaria.

Portada edición 1552

 La Brevísima

 La Brevísima relación de la destruición de las Indias es una galería de escenas de los horrores cometidos sobre los indios por parte de las distintas expediciones de conquistadores; narrado con el brío, la elocuencia, pero también con la dosis de exageración necesaria para hacerse oír cuando tantos conflictos requerían la atención urgente de las autoridades de la época. De un capítulo a otro, De Las Casas recorre los distintos territorios, desde la isla de La Española, Cuba, la Tierra Firme, Venezuela hasta los grandes reinos y provincias del Perú… dando cuenta del holocausto llevado a cabo por los españoles. El lector familiarizado con la política internacional actual no tardará establecer un parentesco entre esta Brevísima relación y los informes que organismos como organizaciones humanitarias independientes elaboran periódicamente a propósito de las masacres cometidas en los países más pobres o en situación de guerra: Srebrenica, Ruanda, Somalia o Darfur vienen a la memoria. El humanitarismo de hoy tiene en la fe religiosa indesmayable de fray Bartolomé su fuente oculta. Hoy como entonces es la defensa de la dignidad de todas las personas lo que da sentido a una tarea que lucha por hacer visible lo que grandes intereses económicos pretenden disfrazar.

 

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NOTAS

[[i]] Historia y crítica de  la literatura española, Siglos de Oro, Renacimiento, vol. 2,, p. 45.

[[2]] Ídem, p. 72.

[[3]]«Dimensiones del Renacimiento español», en Historia y crítica de  la literatura española, Siglos de Oro, Renacimiento, Editorial Crítica, Barcelona, 1980, vol. 2, pp. 54-70.

[[4]] El imperio español, Hugh Thomas, Editorial Planeta, Barcelona, 2003, p. 478.

 

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