PAUL BOWLES El jefe T.A. Odutola: el Ogbeni Oja de Ijebu-Ode

prólogo de Rodrigo Rey Rosa
Edición bilingüe y reproducción facsimilar
Traducción de R. Rey Rosa y Pere Gimferrer

Paul Bowles (1910-1999) se convirtió en una figura de moda en el panorama literario internacional cuando en 1991 Bernardo Bertolucci trasladó al cine su novela  El cielo protector (publicada en 1949). Bowles no podía dejar de fascinar, pues su trayectoria era el reverso del estilo de vida yuppie que hacía estragos entonces. Nacido en Nueva York a principios del siglo XX, había sido compositor reconocido antes de abandonar Estados Unidos y emprender una vida viajera que le llevó a residir en París, Berlín, México y Sri Lanka. El cambio geográfico estuvo acompañado de un cambio de ámbito de creación, ya que dejó la música por la literatura. Confesaba que de haberse seguido dedicado a la música se habría vuelto loco. De locura sabía algo, no en vano su mujer, la también escritora Jane Bowles, personaje más inquietante que fascinante, pasó sus últimos años interna en un sanatorio andaluz.

La vida nómada terminó cuando se instaló en Tánger (Marruecos). Era desde su primera novela un autor valorado y títulos como Déjala que caiga, y colecciones de relatos como Estrella distante El tiempo de la amistad, le convirtieron en un nombre ineludible de la literatura norteamericana. Lo que le distinguía era una consideración existencialista que no pagaba ningún peaje a algún tipo de redención, política o vital; en su manera de abordar la influencia de la cultura árabe introducía un peso de misterio que no pedía ser comprendido o descifrado racionalmente. De otro lado, tanto su forma de reflejar las relaciones de pareja como las relaciones entre occidentales y árabes rebasa lo biográfico o histórico y plantea un desencuentro esencial. Es una colisión que, en lo que se refiere a hombres y mujeres, traduce una misoginia sutil y tenaz mientras cuando se refiere a la cultura árabe el sentido de fatalidad resume una disonancia de raíz entre la racionalidad occidental y la fe en lo incomprensible de los árabes.

La modernidad chic norteamericana de los años cincuenta y sesenta encontró en el Bowles de Tánger la combinación de cosmopolitismo y conocimiento del misterio árabe en la dosis justa para hacer de su casa marroquí un centro de peregrinación. Pero cuando la fama cayó sobre él al estilo depredador de finales del XX encontró a un anciano escuálido y elegante de mirada lúcida que vivía casi recluido en su casa tangerina. Muchos se han interesado y escrito sobre él, pero sólo del escritor Rodrigo Rey Rosa puede decirse que sabe cómo manejarse con el «misterio Bowles». Ya en su novela El cojo bueno, Rey Rosa le hacía aparecer como una especie de punto de referencia en un argumento de complejos vínculos paterno-filiales.

Convertido en su legatario, escribe el prólogo y traduce del inglés, junto con el poeta Pere Gimferrer, este El Jefe T.A. Odutola: el Ogbeni Oja de Ijebu-Ode. El título alude a una ciudad nigeriana y a un título nobiliario de este país. De sus escasas páginas nos cuenta Rey Rosa que son un ejemplo de escritura automática, aunque también pudiera ser un cadavre exquis, en el que participó Shepard Sherbell, editor amigo del autor, cuya firma se superpone a la del otro. Fechadas en Tánger, en agosto de 1968, dice que sin duda lo escribió «bajo el influjo del cannabis». El «sin duda» no es retórico: emplazo al lector a leerlo también bajo ése u otros influjos capaces de abrir la mente de forma que le permitan comprender de otro modo que el estrictamente racional su contenido. Lo importante tal vez sea que el escritor se libera aquí de la obligación de llegar a un destino pero también que se pregunta por su capacidad para llevar a cabo un experimento como el que emprende. Sus primeras líneas lo dicen: «¿Cuántos años hace que nos preguntamos si el jefe del cuartel general tiene mando sobre su fantasía de privación sensitiva?».

Página a página vemos cómo las frases inician un argumento pero el final de la frase ataja el principio, parecen pequeñas obsesiones que emergen y son ahogadas por otra intención más divertida o cáustica, aunque también más reticente a volar: «Lo que yo digo los matrimonios siempre duermen en público», frase que podría firmar Ray Loriga. O más indolentemente crítica: «Piratas chinos decapitados, el poder que la comodidad tiene sobre mí». Según avanza, el jefe del cuartel general sigue dudando de sí mismo y del experimento: «El ojo puede detectar cerezas…, dulce inspiración mantén el engaño, la experiencia genuina tiene que llegar al final». El responsable último de este laberinto es la marihuana «titánica» (o los chinos, o los poetas en Ghana), aunque, como bien dice el Ogbeni Oja de Ijebu-Ode, «la delincuencia juvenil no está asociada a la práctica de fumar marihuana».

Claro que no, ¡cómo va a ser eso! De lo que aquí se trata es de juego, de experimentación con la liberación de la mente y de la imaginación, pero también de provocar la escritura automática como un ejercicio de desentumecimiento («¡Qué maldición es el pensar!») previo a la creación de algún texto de envergadura. Si Bowles tuvo el buen tino de no darlo a publicar, Rey Rosa y los responsables de la colección Únicos de Seix Barral, como corresponde a la tradición de testamentos traicionados de la que habla Kundera, han tenido el buen tino de traducirlo y publicarlo como sugerencia de otras miradas posibles sobre el escritor neoyorquino y como preludio a una recuperación de sus títulos más emblemáticos.

Publicado en Culturas- La Vanguardia, 2005

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