Filmoteca para una crisis, 12 : La crisis del encanto, The Reivers, de William Faulkner & Mark Rydell

steve-mcqueen-reivers-faulkner

Estoy pintando el suelo del cuarto de baño de color verde aguamarina, y lo hago por secciones de cuatro o cinco baldosas que dejo secar antes de pasar a la sección siguiente. Aprovecho la operación secado en el laboratorio de foto, donde repaso con grapas la vieja ventana de madera, que preparo para los fríos del invierno –no sé si peco de optimismo o de pesimismo, en Barcelona nunca se sabe–. Al regresar al baño para repasar las baldosas, me encuentro con una salamandra-bebé atrapada en la pintura. Se ha quedado, por lo que parece, a mitad del recorrido y ha muerto en su empeño de escapar de la trampa de pintura plástica –lo siento, baby, pero seguro que tu madre te lo advirtió: no te metas en piscinas de colores–. Y esto sucedía mientras entre pinceladas andaba yo pensando en lo cansina que es la crisis española, sobre todo porque uno de los resultados de la crisis cultural es que una sociedad melindrosa y burguesa como la española, pero sobre todo la made-in-Barcelona, se dedica a buscar «valores seguros». Igual que los inversores en Bolsa, los que invierten en capital simbólico –periodistas, intelectuales, editores, lectores con ínfulas– andan en pos de valores seguros, que, solo me sorprende a mí, suelen ser los típicos señorones entrados en años, ya de setenta y tantos o setenta y muchos –Gubern o Félix de Azúa resucitando por enésima vez–, o nombres propios de aspecto solvente, o profesores de universidad en ramas de sociología, profesores invitados en colleges americanos, que ofrecen un refrito de teorías que fueron estimulantes y revulsivas en los años setenta pero que hoy apenas sirven para cubrir las vergüenzas del hondo arraigo que ha alcanzado aquí la siembra liberal de la era Reagan-Thatcher –y que explica, precisamente, los sueldos de los profesores universitarios con contrato fijo que hoy pueden volver a resucitar con sus viejas profecías caducadas, sus elucubraciones que siempre fueron seudorradicales, porque el dinero que apagó el fuego de la contestación en los años 80 los mantuvo, fingiendo ellos que no lo sabían, al servicio de la reproducción, o mejor dicho de la clonación, de una burguesía ilustrada sin ambiciones de procurar el progreso de las clases postergadas por la guerra a la sumisión, a la supervivencia, con suerte al oportunismo desarrollista, especulativo, etc.

Lo que resulta no solo aburrido sino deprimente es cómo esa elección del valor seguro se traduce en una nauseabunda afición al estereotipo. Las voces de autoridad son la Boca de la Verdad de España –pongamos a Ferlosio o a Zizek, o a Gopegui o el último profesor universitario italiano o catalán asomado apenas a los 40 años– y parecen en su seriedad y en su sintaxis más allá de cualquier deseo menor, de cualquier pasión paralizante, de cualquier apetito, jarana o afán de fiesta y hasta de cualquier pulsión –excepto la de aleccionar y reprender al prójimo señalándole su condición infrasocial, animalillo consumista, mujeruca plañidera, bárbaro de cuatro suelas, ignorantón y pornógrafo de baja estofa, etc., etc.-

Pincelada va pincelada viene, y tras despegar a la salamandra-baby de su imprevisto moridero con un pedacito de papel antes de dejarla reposar ad aeternum en la tierra del jazmín, iba pensando en lo mucho que echaba de menos los años –¡¡¡¡años!!!!– anteriores a la llegada de los Nocilla-boys-and-girls, antes de la proliferación de los discípulos y viudas de Bolaño, antes de los manifiestos posfotográficos de Fontcuberta, antes de que con el caso Echevarria la profesión crítica demostrara que la conforma, en buena porción, una banda de oportunistas si no de miserables, antes de los escritores empollones, y también echo de menos lo que no ha ocurrido. El que la cultura española sea una cultura dirigida supone que muchas opciones quedan relegadas apenas asoman y la afición al estereotipo conlleva que no hay sorpresa en los discursos porque cada discurso sale (malgré todos los negros que en el mundo son) de la boca previsible.

boca de la verdad roma

La Boca de la Verdad, Roma

Largos años de jóvenes escritores americanos hiperculturizados pero hipopolitizados han dado apenas una imagen icónica impactante: el suicidio de Foster Wallace. Supongo que la imagen icónica que responde al acto de F.W. es la foto del rapero británico enmascarado cortándole el cuello a un periodista occidental free-lance en un paraje desértico a mayor gloria de Alá. Lo gracioso es que, en una cultura patriarcal como ésta, esas dos figuras son en realidad la confesión, la exhibición, de su fracaso. Son la crisis de la masculinidad erecta…

Y bueno, el baño es pequeño, de modo que no da para mucha más cavilación. Ha quedado muy chulo. Ahora me falta money para repintar la bañera con pintura para barcos. Si alguien pintó el velero este verano y le ha sobrado, ruego me contacte. A medida que voy procesando mi frustración, reformulándola en palabras, voy llegando al núcleo duro de mi resentimiento. No es solo lo que en el Todo-Pijo-y-Sólo-Pijo del mundo editorial barcelonés hay de clasista sino de ñoño, de pusilánime, de reaccionario. Que sea imposible, tal y como está acotado el panorama, un escritor literario que triunfe al margen del sistema –que triunfe con el lector, se entiende– o a pesar del sistema.

Cuando terminé de ver la película Los rateros, basada en un relato de Faulkner, protagonizada por Steve McQeen, añoré eso, una época donde el encanto sea un valor. La película narra la aventura de un par de listos, el arrebatador McQueen y el negro y zalamero Rupert Crosse, que le roban su automóvil nuevo al dueño de la plantación donde trabajan para ir a visitar a unas «señoritas». Se llevan de prenda o de carabina al niño de la casa, en lo que para éste supone una acelerada lección de pasión vital, de frescura y de motores, según el mismo personaje evoca desde la perspectiva del adulto que narra en off. El encanto del trío protagonista reside en que, junto con la señorita-prostituta, encarnan el anti-poder, la ausencia de estatus. Un pícaro, un negro, un púber y una prostituta, ¿quién da menos? Y, sin embargo, el amor, el respeto al otro, el valor de la palabra dada, la superación de los miedos, comparecen sin acentuar sordideces para obtener argumentos impactantes como hoy resulta imprescindible. Al fin, el chaval mentiroso ha de recibir su castigo por parte del patriarca, el abuelo, y Faulkner traza un diálogo moral donde muestra que ser miembro de la clase alta –aprender a ser un caballero– implicaba asumir un conjunto de valores éticos y deberes que excluían la autoindulgencia.

El actual sistema de Valor Seguro-Seriedad Garantizada implica impepinablemente que falta mi ingrediente favorito: el derroche de sí; lo mestizo; y luego, la magnanimidad y el horizonte abierto que brindan las inteligencias de verdad superiores. A cambio, y hasta diossabecuándo, nos azotan con mayores dosis de lo que yo llamo crítica en erección, donde solo habla la polla (el Falo, que diría Lacan; el Falo que falla, que diría un achispado Lacan, es lo que nos dan esos escritores americanos suicidas, y esos otros suicidas que son los renegados del made-in-very-british, que dirían Kristeva y Roudinesco y, desde luego no lo dirá Gopegui, que nunca habla de lo que importa, de la vida, quoi!). Ese pensamiento erecto se expresa de manera campanuda y trata en exclusiva de grandes temas, grandes saberes y solo se roza con grandes nombres propios, a los que desollan como carne de morgue que son.

Como Dios los cría y ellos se juntan, descubrí que lo de la crítica en erección también lo había detectado otro literato francés, salvo que, como buen francés, es un faldero y se fijó en les seins. Escribió Jean Baudrillard: «Les seins siliconés, qui ne s’affaissent jamais, même à l’horizontale. La pensée siliconée, celle qui ne s’avachit jamais, et qui tient debout toute seule, dans n’importe quel contexte(Jean Baudrillard, Cool memories I à V, Galilée, ç_è-2005)

 Ahora me voy a ver Misión Imposible I, donde el guapo Tom Cruise muestra un truco estupendo para usar el cuarto de baño sin pisar el suelo recién pintado.
tom-cruise-flotando

Tom Cruise Mission-Imposible-bath

 

La traducción de textos de psicoanálisis en El Trujamán

Lacan joven

Jacques Lacan en modo dolce far niente

La traducción del psicoanálisis

Por María José Furió

El psicoanálisis gozó de gran prestigio a lo largo de varias décadas en el campo de las humanidades y pasó de moda hasta circunscribirse casi en exclusiva a la práctica médica y a los congresos que regularmente celebran sus profesionales. Sólo pervive como materia de interés entre los sectores cultos en países como Argentina, Chile y, naturalmente, Francia, con una larga historia vinculada a su teoría y práctica. Este mes de mayo precisamente Le Magazine Littéraire le dedicaba su dossier: «Fictions de la psychanalyse», que introduce con la afirmación: «La literatura y el psicoanálisis son los mejores enemigos del mundo».

El descrédito y la parodia que lograron arrinconarlo proceden sobre todo de críticos de Estados Unidos. No es éste el lugar para analizar a qué obedece la pérdida de prestigio de una disciplina que acuñó a lo largo del siglo xx una larga serie de conceptos que enriquecieron el análisis de las obras literarias, pero sí para observar que, probablemente en respuesta a la crisis de credibilidad del llamado pensamiento único y de las ideologías políticas, además del aburrimiento que provocan los nuevos escritores con su formación superficial, se produce una cierta recuperación de teorías que hacen hincapié en el hombre y sus conflictos ya no desde una perspectiva social, o no exclusivamente.

Pensadores modernos, o a la moda, como Zizek, traen de vuelta a Lacan y sus conceptos clave; se conmemoran los treinta años de la muerte de Foucault, y David Cronenberg estrenó en 2011 Un método peligroso, donde confrontaba de forma algo estrambótica pero interesante a los dos grandes pioneros del psicoanálisis moderno, Sigmund Freud y C. G. Jung.

La teoría psicoanalítica no se limita al trío Freud-Jung-Lacan; autores de escuelas derivadas de ellos como Berne, Dolto, Klein o Adam Phillips, resultan accesibles en castellano en traducciones más que correctas. Sin embargo, un lector medianamente informado que pretenda acercarse a los escritos de Lacan o a su biografía en español puede acabar convencido de que su obra es una montaña inalcanzable. Lo mismo pensará de sus comentaristas, como Jacques Derrida, si lee algunas de las traducciones realizadas aun en años recientes, para descubrir con sorpresa que críticos del psicoanálisis, como Félix Guattari y Gilles Deleuze, no ofrecen mayores dificultades de comprensión en español una vez el lector se ha familiarizado con los conceptos de su disciplina, que incluye la reflexión en torno al lenguaje.

Lo paradójico del caso Lacan es que él fue un excelente traductor del alemán al francés de la obra de Freud —quien también lo fue del inglés—, y que, según subrayan expertos en su obra como Néstor A. Braunstein, «por no tener una traducción aceptable, toda una generación de psicoanalistas franceses se convirtió en meticulosa y crítica lectora de Freud. El judío austriaco, inventor del inconsciente, salió renovado y más brillante después de los desvelos incalculables de sus “pasadores” al francés». En España, Freud tuvo la fortuna de un excelente traductor, Luis López Ballesteros, a quien se atribuye el éxito que sus teorías hallaron en Latinoamérica.

Aunque no todas las traducciones de los escritos o seminarios de Lacan son indigestas, puede que el error de base que presentan las más llamativamente abstrusas consista en ignorar que no habría que traducir literalmente sus rodeos, circunloquios verbales y retruécanos, ni tampoco la retorcida sintaxis que practicaba, sino comprender que en parte ese estilo es el propio de un francés desusado, el de una clase formada en la alta cultura a principios del xx, que pudo compartir con autores tan distantes como los del nouveau roman. Por no tomar en consideración esta premisa, y porque hasta hace poco escaseaban los correctores conocedores de la jerga psicoanalítica, estructuralista, de la antropología, ni existía internet para afinar consultas entre glosarios y foros, la biografía de Lacan incluye numerosas incongruencias y confunde a veces términos —«estructural» por «estructuralista»—, al punto que convendría una puesta al día para dejarla, en una futura reedición, a la altura del original de Elisabeth Roudinesco.