Miguel Ángel Blanco en el recuerdo (1968 – 1997).
Me considero una mujer de izquierdas y muy radical –o cada vez más radical– en ciertos puntos de defensa de los derechos de todas las personas, europeas o no. Por eso creo que la izquierda debe recordar y homenajear a Blanco, un concejal joven del PP, que –en mi opinión y sé que ahora me meto en un jardín– fue utilizado por las dos partes en su perverso juego de control de la opinión pública.
¿Dónde estabais aquel sábado horrible? Primeras horas de la tarde y tenía la radio encendida –la programación de esa franja solía tratar de cine, música innovadora, etc.– cuando saltó la noticia del ultimátum de ETA. Tan pronto oí que el gobierno de Aznar hacía públicas las condiciones para la liberación –ETA exigía el acercamiento de presos en un plazo límite a cambio de su vida–, entendí que el chico estaba ya muerto. El tema del acercamiento de los presos ha sido siempre la última carta con la que han podido jugar los gobiernos. Miguel Ángel Blanco era el mirlo que un gobierno como el PP necesitaba para hacerse fuerte contra los pistoleros vascos (nacionalistas vascos según otros) y, fortalecidos por el nuevo mártir caído en su bando, imponer su postura antinegociación. ¿Qué habría sucedido de haber secuestrado a un peso fuerte del gobierno, del partido o de la industria? ¿Cuáles habrían sido los tempos utilizados por el gobierno de Aznar y sus aliados, medios de comunicación incluidos?
Informaron en la radio de las concentraciones espontáneas que tenían lugar en toda España. En Barcelona el punto de encuentro era la plaza San Jaime –donde tienen su sede el Ayuntamiento y la Generalitat– y así lo oí cogí las llaves de casa y me lancé a la calle. Me alegró comprobar que miles de ciudadanos habíamos tenido la misma reacción y nos encontramos en la plaza abarrotada –estaban cerca conocidos y amigos, algunos de ellos catalanistas irreductibles– gritando contra esa muerte anunciada en la que Blanco ponía el cuerpo mientras el resto de españoles, demócratas convencidos y pragmáticos, éramos tomados como rehenes por unos partidos políticos y el colectivo etarra y ambos jugaban al ajedrez con nuestras convicciones e inteligencia. Recuerdo que en la siguiente manifestación, cuando Blanco ya había sido asesinado, hubo gritos a favor de la pena de muerte. Eso quiere decir que, de haberse mantenido la pena de muerte, la clave de las exigencias de ETA tendría una formulación distinta.
Por eso, sobre el asunto de la negociación con la banda, a diferencia de Gemma Nierga, me guardo mucho de emitir una opinión contundente. Primero porque creo que siempre se negocia, que es una ingenuidad creer que no se producen encuentros –como los que persuadieron a Terra Lliure de meterse las bombas por el culo y de unirse a la opción de la «contaminación política de la opinión pública», que iba a dar los resultados perseguidos– entre las partes; sobre todo porque de muchos elementos de la realidad política no tenemos tanta información veraz para no terminar, mindundis como somos, comiendo de la mano de nuestros enemigos, sean éstos quienes sean.
Recuerdo en homenaje a Miguel Ángel Blanco, el héroe inesperado que, contra lo que opinan algunos que se llaman izquierdistas y no me representan, podría haber sido cualquiera de nosotros.
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