Vi la película de Nanni Moretti Habemus papam, y pensé que encerraba dos tentaciones de las que había sabido guardarse. Una, según veía deambular a Piccoli por Roma, un final buenista a lo Capra, o a lo Vacaciones en Roma: el papa, como la princesa Audrey Hepburn, asume su responsabilidad después de tomar el pulso de la calle y conocer a sus feligreses. Por suerte, Moretti se decide por un final audaz y más profundo.
Aunque hay quien se ha quejado de lo larga que es la peripecia futbolera de los papabile, me gustó y me pareció que tenía sentido. Durante la trama todos cambian sus roles, como actores de una función que son. La segunda tentación, una vez se somete a los ancianos curas a un ejercicio físico tonificante que los obliga a redescubrir pasiones terrenales –y a vengarse del encierro manejándolos como a niños- era escenificar la famosísima fotografía de Masats.