LA FELICIDAD DE LA TIERRA, de Manu Leguineche


Entre rosas, el maestro de periodistas Manu Leguineche.
© Foto: Anderiza. http://www.anderiza.com

El 14 de octubre de 1986 Manu Leguineche inicia la redacción de un diario coincidiendo con su instalación en La Alcarria, en la casa que perteneció al un excéntrico inglés –«Paisaje de la Alcarria, colmenera y erial, una casa inglesa con certeza«–. Mientras la televisión advierte de los riesgos de despoblamiento rural y muestra tristes paisajes abandonados, el retiro lujoso de Leguineche, veterano periodista que lleva el mundo consigo, parece ilustrar el retorno de muchos hijos pródigos y devuelve una mirada vitalista al campo. Su experiencia alcarreña ilustra los versos del Beatus ille… ya que las páginas del diario de Leguineche hablan de los pájaros y los árboles, los perros y la caza, las estaciones, las partidas de mus y las tertulias de taberna, la reivindicación de las palabras que se han ido perdiendo al tiempo que el uso de los objetos que designaban; también aparecen, igualados por un rasero de humanidad creíble, los personajes literarios y los seres de carne y hueso: lugareños y nombres ilustres son traídos a colación siempre a propósito. Desfilan Reverte, Delibes y Camilo José Cela, se recuerda al Arcipreste de Hita, a Unamuno y a Baroja y al Quijote. Destacan las páginas finales dedicadas al Cervantes histórico y a los lugares cervantinos. Al hilván de las anécdotas y la memoria del lugar, se construye un panorama, el de la felicidad de la tierra.

A lo largo de estos diez años, Manu Leguineche no deja de viajar a los países que llenan los titulares de los periódicos: el Berlín sin muro, Moscú posGorbachov, Ruanda, Bangok, Bosnia, India, Filipinas, Sudáfrica, Oriente Medio. Los acontecimientos políticos –nunca mejor dicho—contrastan con la vida rural, donde el vivir está arraigado a una memoria sujeta a valores escasamente abstractos, y revelan en ese contraste la dimensión de su brutalidad formidable: como si la vida en contacto con la naturaleza señalara la auténtica medida del hombre y los desbordamientos políticos que se originan en la ciudad fueran expresión de la acumulación de energía ingobernable y la pasión quimérica de los hombres. No debe entenderse como un libro reaccionario: la reivindicación de Leguineche no pasa por una dieta de estoicismo –sólo hay que ver lo que comen–, sino por un enriquecimiento de la mirada, sumando “mundos”, ampliando horizontes: campo y ciudad, pasado y presente, realidad y literatura. Verdad siempre.

Con agudeza de periodista, Leguineche sonsaca confesiones a sus conturtelios fingiendo que mantienen una conversación. Cobran entonces valor de testimonio los recuerdos que desgrana Julia, la dueña del bar, en los que se narra cómo la guerra civil ha marcado el itinerario vital y la mentalidad de unos individuos, anónimos y representativos.

La felicidad de la tierra no sólo ilustra plenamente el título sino también el dicho que sirve de conjuro a su autor en las primeras páginas: “La vida pasa, rápida caravana. Detén tu montura y procura ser feliz”.

Alfaguara, Madrid, 1999, 472 páginas

María José Furió, publicado en Lateral